La OMS (Organización mundial de la salud) ha confirmado que la adicción a los videojuegos pasará a ser una enfermedad mental en muy poco tiempo.
El juego patológico se considera una adicción comportamental en la que hay una dependencia psicológica. Esta dependencia conlleva una conducta continua y repetitiva de jugar, dejando en segundo lugar las relaciones sociales y familiares y perdiendo el interés por actividades que antes eran placenteras. Esto conlleva graves problemas en la vida diaria (aislamiento, trastornos de la conducta, sedentarismo, obesidad, problemas económicos, etc).
La adicción a los videojuegos, sobre todo los de modalidad on-line, es más frecuente en adolescentes entre los 12-17 años que en adultos, y aumenta la probabilidad de que en la vida adulta haya problemas de adicción al juego y otras sustancias. En una adicción de este tipo suelen coexistir un trastorno adictivo con otro trastorno mental, siendo los más frecuentes el Trastorno por déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) con el juego patológico o los Trastornos Afectivos y/o de Ansiedad. Por otro lado, los estudios neurocientíficos señalan que se puede comparar el juego patológico con la adicción a cualquier otra sustancia.
En la misma línea, encontramos las Redes Sociales y la continua necesidad de permanecer conectados. La adicción a las redes conlleva una pérdida del control, interferencia grave a nivel escolar, familiar o social y una gran inmersión mental. La búsqueda de visibilidad y aceptación ante el grupo de iguales puede dar lugar identidades falsas impulsadas por el autoengaño: el “deseo de ser quien no eres”. Además, puede conllevar no saber poner límites a lo íntimo y a lo privado, o que se imiten o fomenten conductas no adecuadas.
Ambas adicciones suponen conductas descontroladas, pero la conexión a Internet es imprescindible nuestra vida diaria, como ocurre en el caso de conectarse a Internet para poder trabajar o realizar tareas académicas, hablar con amigos o familiares, o sin ir más lejos, la posibilidad de poder leer este artículo.
El tratamiento psicológico con la persona afectada es fundamental. Y también es importante trabajar con la familia e incluir la orientación y psicoeducación a los miembros familiares. Además, tienen un gran poder las estrategias para hacer frente a la pérdida de confianza, sobre todo si se trata de niños o adolescentes.