Contrariamente a lo que se ha creído durante muchos años, el mejor predictor de éxito laboral es un índice elevado de inteligencia emocional. Podemos definir la inteligencia emocional como la capacidad de reconocer, gestionar y expresar las propias emociones y las de los demás, si bien a menudo la gestión emocional ante determinadas situaciones puede resultar increíblemente compleja. Los mayores errores que las personas solemos cometer en lo que se refiere a las emociones están relacionados con la evitación de estas.
A menudo diferenciamos entre emociones positivas y emociones negativas, entendiendo estas últimas como emociones inútiles que no nos ayudan ni nos aportan nada. Esto provoca un rechazo frontal en muchas personas ante situaciones que les producen emociones como la tristeza, la ira o la culpa. Si se activa el mecanismo de la evitación en estas situaciones, lo que resulta finalmente es una inadecuada gestión emocional que suele desembocar en explosiones, ya sea en forma de ataques de ansiedad o pánico o, incluso, en estados de ánimo depresivos.
Es cierto que, culturalmente, algunas emociones están todavía relativamente mal vistas. No son pocas las personas que han recibido (principalmente de las figuras de referencia, como los progenitores, personas cercanas o amigos) mensajes del tipo “Llorar no soluciona nada”, entre otros.
Como ya apuntaba el famoso psicólogo Daniel Goleman, considerado como uno de los mayores teóricos acerca de la inteligencia emocional, “la atención regula la emoción”. Esto quiere decir que sólo con prestar a nuestras emociones la atención que merecen en el momento en el que las estamos experimentando, comenzamos a canalizarlas de una forma más adaptativa.
Además, prestar atención a nuestras emociones nos ayuda también a categorizarlas mejor. Por ejemplo, es fácil experimentar ira hacia otra persona ante lo que consideramos una humillación. Si no profundizamos en este sentimiento probablemente nos quedemos en la superficie del problema.
Quizás sea adecuado dedicar un tiempo a analizar nuestra propia ira de cara a redescubrir qué hay detrás de esa emoción. Puede tratarse de un foco de tristeza, al experimentar inseguridades previas que consideramos confirmadas tras sufrir esa humillación. O quizás esa ira nos haga conectar con otros sentimientos relacionados con la soledad y con la sensación de sentirse incomprendido.
Cuando reprimimos nuestras emociones o no les dedicamos el tiempo que necesitan para analizarlas, podemos caer en algunas trampas en nuestras relaciones sociales. Por ejemplo, podemos confundir preocupación con enfado, cuando una persona de nuestro entorno se muestra seria y poco elocuente.
Es probable que observar el cambio en esta persona nos provoque inseguridad a la hora de dirigirnos a ella. Incluso es posible llegar a creer que somos culpables de la rabia de la otra persona, sin poder relativizar que quizá se trate de un tema personal que nada tenga que ver con nosotros. Por ello, el adecuado reconocimiento emocional en uno mismo es esencial de cara a desarrollar esa empatía necesaria para tratar con otras personas.
Gracias por leer nuestro artículo sobre Cómo saber si gestiono adecuadamente mis emociones de MentSalud.