La edad se considera como el factor modificador más consistente de la necesidad y de la arquitectura del sueño. Desde las 16 horas que duerme un recién nacido, hasta las 7-8 horas de un adulto, vamos disminuyendo la necesidad de horas de sueño, caída que se puede hacer más pronunciada en la vejez.
Horas de sueño según la edad
(PAS Insomnio. FFOMC) |
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Recién Nacido | 17 horas |
Lactante | 12-14 horas |
Entre los 2 y 8 años | 11 horas |
9-12 años | 10 horas |
Edad adulta | 7-8 horas |
Senectud | <7 horas |
En el recién nacido, el tiempo total de sueño es de 17-18 h, con un porcentaje REM del 50% y ausencia de sueño delta. Se sugiere que la amplia cantidad de sueño REM en el neonato es de capital importancia para el desarrollo cognitivo del niño. El sueño noREM se instaura de forma completa durante el primer año de vida, a la vez que se reduce el tiempo total REM (25-30% al año de edad) y se establece paulatinamente un patrón de sueño nocturno. El sueño delta presenta su máxima duración y profundidad en la infancia, disminuyendo claramente con la edad (reducción de un 50% entre la tercera y la cuarta década), a la vez que se incrementa de forma paralela la fase II. En la vejez acaba por desaparecer el sueño delta y el sueño noREM está constituido por fase II y sueño transicional, cuyo aumento está en relación con el deterioro de la calidad del sueño. El porcentaje de sueño REM permanece constante a lo largo de la vida del adulto normal, y su cantidad absoluta se ha relacionado con un adecuado funcionamiento cognitivo, por ello se considera importante en la época neonatal y se encuentra disminuido en pacientes ancianos con síndromes de insuficiencia cerebral.
En los recién nacidos y bebés, el sueño es polifásico, es decir, duermen en varios periodos (entre 2 y 4 horas) durante el día y la noche. A partir de los 8 meses el bebé realiza una siesta en la mañana y otra en la tarde además del sueño nocturno, y a lo largo de la infancia este sueño va a pasar a uno bifásico (entre el primer y quinto año de vida se realiza una siesta al medio día). Finalmente nuestro sueño en la edad escolar se convierte en monofásico, con un periodo nocturno principal. Sin embargo, en función del país, cultura, horarios laborales, clima y otras condiciones, puede o no desaparecer el hábito de la siesta. El dormir la siesta, va a estar por tanto relacionado, en países cerca de los trópicos, y coincide con el momento más caluroso del día y tras la comida. Aunque la siesta podría tener repercusiones sobre el sueño nocturno (con empeoramiento de éste último), no existen evidencias concluyentes a día de hoy del efecto perjudicial o inocuo de la siesta, si bien se recomienda que no sea mayor a 30 minutos.
Por otro lado, independientemente de si somos dormidores de siesta o no, podemos presentar alteraciones y trastornos encógenos en nuestro ciclo circadiano, esto es, una mala alineación entre el momento y tiempo en el que dormimos, y el ambiente físico o social del sujeto. En la adolescencia y adultos jóvenes, se es más proclive al síndrome de retraso de fase, es decir, se suele retrasar el inicio del sueño, y por tanto la hora del despertar. El conflicto vendría en el momento en que esta persona tiene responsabilidades y tiene que madrugar, con lo que se creará una carencia de sueño e intentos de recuperar en siestas de larga duración, que volverán a retrasar la hora de ir a la cama. En el anciano suele ocurrir justamente lo contrario, y se suele producir el síndrome de adelanto de fase, acostándose a al atardecer y despertándose de madrugada. No se conocen los mecanismos que den lugar a estas alteraciones, pero en la senectud, se sugiere que pueden influir diferentes factores como los medicamentos, falta de exposición a la luz como pacientes en residencias, o incluso una desensibilización de receptores cerebrales que nos orientan y nos ordenan los momentos ir a la cama, de comer o de tomar el tratamiento. Por otro lado, en el caso del retraso en la hora de dormir, se habla mucho a día de hoy del papel que juega la estimulación lumínica que producen diferentes dispositivos como móviles, tabletas, ordenadores y la misma televisión, generando una confusión en nuestro reloj biológico que puede creer que es más temprano. Además el uso por ejemplo del móvil a última hora puede ocasionar estímulos excitantes como el ocasionado por una mala noticia, una discusión con la pareja o el mantener conversaciones de trabajo, lo que no nos deja desconectar en las últimas horas del día evitando una adecuada conciliación del sueño.
No parece existir diferencia en el sueño entre sexos en el primer mes de vida. Posteriormente, las niñas empiezan a presentar periodos de sueño más prolongados que los niños. En la adolescencia, las chicas van a presentar una disminución del sueño profundo (Fase delta) antes que los varones, expresión de la maduración más precoz en el sexo femenino. Ya en la edad adulta hay que destacar que las mujeres manifestar en general un sueño de peor calidad que los hombres y también tienen más riesgo de presentar insomnio. Todo ello a pesar de que la mujer va a presentar menor latencia de inicio del sueño, un mayor porcentaje de sueño delta y menos tendencia a dormir la siesta.
Un porcentaje importante de mujeres presentan alteraciones del sueño antes y durante la menstruación y un 75% de las embarazadas refieren empeoramiento del sueño a lo largo de toda la gestación. Durante la menopausia se va a experimentar un sueño más fragmentado, relacionado con síntomas vasomotores (sudoración nocturna, sofocos etc.). Probablemente el tratamiento hormonal sustitutivo mejoraría esta sintomatología. El desorden hormonal también podría afectar nuestro ciclo circadiano y por lo tanto en patrones de sueño.